En aquel prado vacío, donde mis anhelos se refugian bajo capas de miedo, encontré una fotografía.
Tenue, difusa, demacrada y roída. La miré una y otra vez, dialogando con mi voluntad para negociar una salida: ¿Debo dejarla allí o llevarla conmigo?
Dejé que el silencio fuese el juez. De pronto, una suave brisa levanta una de sus puntas, amenazando con voltearla frente a la tierra. La detuve...contraje mis dedos sobre esa punta, sujetando la débil lámina que yacía ante mis ojos.
No existía otra alternativa. Removí los restos de polvo y levanté delicadamente mi pequeño tesoro. La contraje sobre mi pecho, dejano que mis manos se apoderasen de mi corazón.
La volví a mirar. Esta vez creí verla más nítida. A medida que me concentraba, distinguía una silueta que parecía ser una persona.
No pude evitar sonreír: mi tesoro ya no era una simple reliquia, ¡¡era la visión de alguien!!. Su belleza se hacía cada vez más notoria, hasta que su hermosura podía desprenderse del papel.
¿Maravillado?...¡¡maravillado es poco decir!! No tengo palabras para describir la danza más perfecta que mis ojos hayan presenciado: cada facción, cada resplandecer, cada sonrisa conformaban una omnipotente armonía.
Allí fue cuando vertí aquella lágrima, una suave gota que recorrió mis mejillas hasta calar hondo en mi amada silueta. En un par de segundos, la fotografía se deshizo. ¡¡Cuántos destrozos presencié en mi memoria, ahora que ya no existía ese ideal, ese regalo de vida!!
Quedé con mis manos sosteniendo la nada. Me levanté y volví a cubrir lo que aún restaba de esperanza. Esta vez no iba a destruir más.
Y ahora prosigo el camino, conteniendo el llanto...forjando un nuevo destino...buscando un nuevo prado.
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